“La cultura es algo ordinario” de Raymond Williams

6 Nov

Williams, Raymond. “Culture Is Ordinary.” Resources of Hope: Culture, Democracy, Socialism. Londres: Verso, 1989. 3-14.

Williams introduce este clásico ensayo con una pequeña viñeta acerca de su infancia en Gales y la historia de su familia a manera de estrategia retórica, porque posteriormente compara la rica cultura heredad de sus antepasados con aquella que se encuentra en la Universidad de Cambridge. Con esta pequeña descripción introductoria, Williams ejemplifica cómo una comunidad o sociedad se forja a partir del conjunto de significados y propósitos compartidos que emergen de sus prácticas cotidianas, relaciones sociales, hábitos y costumbres, tipos de trabajo y entretenimiento compartidos. Es a partir de esta descripción que propone que el concepto de cultura tiene dos acepciones: 1) es una “forma de vida en su conjunto” y 2) las artes y el conocimiento, productos de un tipo de trabajo y creatividad especializado.

            Williams opone estos dos sentidos de cultura al uso que le dan dos grupos sociales dominantes: Williams identifica al primero con los comensales de los salones de té en Oxford y Cambridge, para quienes la cultura –la “civilización”- equivale a la “alta cultura” (música, literatura, arte), que es de su dominio y debe conservarse de la embestida de las masas ignorantes. Williams rechaza esta noción, que se basa en una separación radical entre las clases cultivadas y las masas ignorantes, y añade que la gente ordinaria también produce y disfruta esta cultura. El segundo grupo que critica son los “buitres” de la cultura, opuestos a y desdeñosos de los bebedores de té, que desprecian la alta cultura y son profesionistas de las industrias culturales que creen que las “masas” deben ser educadas por ende pretenden imponer su propia cultura.

            Una vez establecidas sus definiciones del concepto, Williams discute brevemente algunas ideas de Marx y Leavis, dos de sus influencias intelectuales más perdurables. De Marx recupera la idea de que una cultura debe interpretarse a partir del sistema de producción que la sostiene, porque la burguesía –la clase social con mayor poder- cuenta con sus propias instituciones educativas, literarias y sociales para reproducir su ideología, valores, moralidad. A esta cultura no tienen acceso las clases trabajadoras, aunque esto no significa que carezcan de cultura, ya que de hecho cuentan con sus propias instituciones y tienen una forma de vida propia basada en “la buena vecindad, en las obligaciones mutuas y el mejoramiento común”. Así que del marxismo Williams retoma la idea de que la cultura y la producción están inextricablemente vinculadas y que la educación y el acceso a ciertos bienes culturales están restringidos a una clase dominante. Cabe señalar que rechaza una idea del marxismo de su época, la noción de que el cambio cultural puede encauzarse y prescribirse, porque la cultura, en tanto conjunto de significados compartidos colectivamente, se produce al interior de una  comunidad cambiante y en respuesta  a su experiencia vivida.

            Williams pasa a discutir al crítico literario F.R. Leavis, quien más que nadie, a su juicio, entiende la relación entre el arte y la experiencia. Resume la versión de Leavis de la transformación cultural de su país, que va de una Inglaterra tradicional y agrícola valorada positivamente a una cultura inglesa moderna, producto de la industrialización e inundada por un arte vulgar e inauténtico. Williams rechaza esta versión de la historia cultural porque en primer lugar, para ciertas clases, la industrialización trajo muchos beneficios: algunos avances tecnológicos fueron un “auténtico servicio a la vida” para muchos obreros. Williams también descarta el segundo supuesto de esta historia, porque la vulgaridad cultural no es inevitable, incluso propone que es posible emplear los nuevos recursos tecnológicos para fomentar la creación de buena cultura. Esto lleva a Williams a sugerir que es viable alcanzar una era de abundancia económica con una cultura común productiva siempre y cuando se descarten varias nociones falses. La primera es aquella que propone que el precio que se paga por el avance tecnológico y un mayor poder económico es la fealdad. Williams argumenta, con razón, que esto es falso porque además de que hay nuevas formas de producir energía, la fealdad es más bien producto de la ignorancia, no de la modernización.

            La segunda idea falsa es aquella que sostiene que la educación de masas –“popular”- es responsable de la nueva cultura comercial vulgar. La descripción estereotipada de “las masas” no coincide con las personas comunes y corrientes, dice, lo único que hay son formas diversas de describir a las personas. La noción de masas, así como el término “chusma”, surge para nombrar la reagrupación demográfica del siglo XIX que resultó de la industrialización y la migración masiva del campo a las ciudades. Entonces no hay una relación causa-efecto entre la democratización de la educación y la cultura vulgar, es históricamente impreciso porque la mala cultura existía antes de la Ley de Educación de 1870, y más probablemente es resultado del crecimiento de la mercadotecnia moderna en la década de 1890, que estaba en manos de las clases altas. De este argumento se desprende la noción de que la mala calidad de la cultura popular simplemente refleja el gusto y la mentalidad de sus consumidores: esto es, las masas imponen su ignorancia a los demás. Williams argumenta que las “masas” son consumidores activos  perfectamente capaces de ser lectores y espectadores críticos.

            Para concluir, Williams identifica una falsa analogía que sostiene que la mala cultura va a eliminar a la buena, pero también esta idea es históricamente imprecisa. Parece haber más mala cultura porque es más fácil distribuirla y hay más tiempo libre para consumirla, pero esta mayor visibilidad y presencia de la cultura de masas no se refleja en una disminución del consumo de la buena cultura; por el contrario, argumenta Williams, han aumentado las ventas y la circulación de los periódicos de buena calidad, hay también mayor consumo de música y arte. Al parecer, dice, está aumentando el consumo cultural en general, y propone que es el momento para estudiar esta expansión con seriedad para entender cuáles son los problemas económicos y sociales que implica esta diversificación de los bienes culturales.

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