«Videotech» de John Fiske

16 May

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John Fiske “Videotech”. The Visual Culture Reader. Ed. Nicholas Mirzoeff. Nueva York: Routledge, 2002. 383-391.

Antonio Nájera Irigoyen

Letras francesas

Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

En este capítulo se aborda uno de los problemas originados por la aparición de las nuevas tecnologías. Y si somos todavía más precisos, habrá que decir que atañe principalmente al uso de las cámaras de video como método de vigilancia pública. Mi lector podrá preguntarse: ¿y qué tiene que ver esto con los estudios culturales? Es cierto: ésta es una pregunta obligada; pero pasemos a ver cómo desaparece esta duda tan pronto como nos explicamos sobre algunos puntos.

      Contrariamente a lo que se cree, la tecnología es política. O más exacto aún: su uso es siempre político. Sólo por dar un ejemplo, la fotografía y los artificios que la hacen posible ―la cámara, el ángulo, la luz, el foco, el encuadre, etc.― ,  pese a su aparente imparcialidad política, son siempre la consecuencia de una cierta  manipulación. Válgame, como prueba de ello, el siguiente aserto de Fiske: «la tecnología puede limitar aquello que puede o no ser visto, pero no dicta la manera en que es observado. La tecnología puede determinar aquello se enseña, pero la sociedad determina aquello que se ve».

      Y es de este modo que llegamos a la tesis inherente a Fiske. Ésta sostiene que vivimos en una sociedad monitorizada, en la que somos escrutados a diario por una plétora de cámaras de vigilancia: sea en el centro comercial, sea ya en las avenidas de nuestro ciudad. La videotecnología, en suma, ha venido a ocupar un papel por demás importante en las democracias liberales del siglo XXI.

      Esta videotecnología, no obstante, tiene una característica esencial, y ésta es que su detonante es siempre racial. Este hecho contraviene la creencia según la cual la cámara está exenta de cualquier tipo de determinación social. Y es que se olvida, sin duda, que la cámara comporta dos hechos fundamentalmente sociales: en primer lugar, que, en tanto que supeditada al dinero, «la tecnología nunca es ni igualitariamente distribuida ni apolítica»; y en segundo, que «ningún sistema de conocimiento es apolítico».

      La vigilancia tecnológica, como cualquier otra, está impelida a la creación de perfiles. Y si recordamos que esta vigilancia sucede a través de imágenes de video, es imposible que éstos se subordinen a prejuicios de orden religioso o económico. De manera que emanan más bien de prejuicios racistas y, en la menor parte de los casos, genéricos. 

      Ahora bien, no sólo resultan claros los argumentos de Fiske, sino que también lo son sus ejemplos. Se sirve de casos paradigmáticos, que se pueden ver, sin duda, cotidianamente en los Estados Unidos. Y hago mención del país, pues es la forma más acabada de este sistema de sobrevigilancia; sin embargo, no debemos olvidar que lo que nos ocupa es una práctica extendida de manera palmaria a lo largo del orbe. Fiske anota, por ejemplo, el caso de un hipotético afromericano que entra a un comercio coreano en un suburbio preponderantemente blanco. La respuesta es clara: la vigilancia, en virtud del prejuicio racial que venimos de enumerar, se volcará sobre el afroamericano. Y, aquí, sólo restaría aclarar quién es el que ejerce la sobrevigilancia. La respuesta podría también resultar obvia: la videotecnología pertenece, naturalmente, a los blancos.

      En otro orden de ideas, cabe decir que la sobrevigilancia tiene aún un rasgo positivo. Para nuestra fortuna, todavía nos queda utilizar la tecnología como contrapeso a los abusos en que incurren las instituciones. Fiske señala los casos de personas cuya inocencia ha sido probada mediante vídeos y, agrego yo, aquellos otros que han sido expuestos en groseros actos de corrupción. De todo esto, podemos estampar una afirmación como la siguiente: «la tecnología puede ser usada tanto para traernos conocimiento y conocernos, como para darnos acceso a un sistema de conocimiento de poder y conocimiento mientras nos supeditamos a un otro». He aquí, grosso modo, el espíritu del libro en ciernes.

Capítulo

 

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